Recuerdo caminar y sentirme pesada. Cada uno de mis problemas encima mío, apoyados en mi cabeza, enganchados a cada una de mis piernas y brazos como pesas de gimnasio. Pero nunca los miraba, no me atrevía ni a tocarlos, me daba miedo. Y así seguía y cada día el peso aumentaba con cada obstáculo improvisto.
Así andaba por la vida, creyendo que el paso del tiempo aliviaría mi peso. Pero esas cargas fueron aumentando, un día me echaron del trabajo, otro me dejo mi novio, falleció mi padre, mi cuerpo se empezó a enfermar, pero yo seguía, sin tocar, sin mirar ninguna de las pesas que ya formaban parte de mi piel, parecía como si mi cuerpo iba cambiando, casi deformándose.
Frente a estos acontecimientos, una noche me levante con un ruido extraño. Me sorprendí
cuando note que no estaba en mi habitación, ni siquiera en mi cama, sino sentada en una
silla de plástico. La misma estaba rodeada de otras, entre todas formaban un circulo. A mi
alrededor sólo habían cuatro paredes blancas, sin puertas, sin ventanas, nada más que
sillas. Pero las mismas no estaban vacías, en cada una de ellas había una persona, era mi
cuerpo repetido, hasta con mi mismo pijama, los ojos cerrados. Entre las manos llevaban un cartel, en cada uno una palabra. La palabra era clara ante los ojos pero si permanecía más de tres segundos mirando cada cartel sentía que me absorbía la palabra y me llevaba a cada uno de mis problemas que la misma representaba. Una persona tenía un cartel que decía "Familia", otra "Amor, "Salud", "Trabajo", "Amigos", "Muerte", "Dinero", etc. etc. Eran un total de siete, sin contarme.
La vida me había encerrado en un cuarto con mi persona y mis problemas. Me di cuenta de eso cuando, al mirar el techo del cuarto, vi una pantalla que mostraba mi vida unos meses atrás, cuando todo parecía normal, pero dónde estaba más perdida que nunca y donde el rumbo no existía. Una persona hablaba en ese popurrí de imágenes y sonidos sobre mi vida, me decía que todo lo que me había pasado era justamente porque no estaba viviendo, sino solo caminando. Me contaba que cada uno viene al mundo con un fin, con un karma que superar, con un propósito. Quienes dejan este mundo físico es porque han aprendido aquello que deben aprender, algunos solo traen mensajes, o su misión era vivir solo por un día. Siempre todo tiene que tener un propósito, tenemos que buscar ese tesoro escondido, no dejar de querer superarnos, de buscar el amor y así llegar en compañía a una unidad que nos libere del todo.Pero si algo no esta yendo como debe, si gastamos energías en caminar por caminar, si juntamos basura en nosotros mismos, si no dejamos ir algunas cosas, si nuestros miedos nos ciegan, algún día todo se derrumba.
¿Por qué tememos tanto? Generalmente respondemos a eso con una, o un par de palabras, que vienen de la mano de otras, y esas de otras, y así se forma una cadena infinita que, al cabo de un tiempo, notamos que no tiene fin, es un circulo que arranca y empieza en nosotros mismos. ¿Cuál es el peor de nuestros miedos? Habitualmente nuestros miles de problemas se definen en palabras como; soledad, muerte, dolor, abandono, sufrimiento. Y a veces no lo queremos aceptar, escondemos estos miedos con otros un tanto superficiales como; falta de dinero, baja autoestima, falta de pareja, etc. Pero cada uno de ellos lleva a un miedo aún más profundo.
En aquel cuarto sentía que mi vida avanzaba en cámara rápida. Esta persona que hablaba en esta pantalla, y cada una que me acompañaba en ese círculo, me mostraba cosas que nunca antes había querido ver, o entender... sentía como cachetadas que me pegaban con cada respiración.
Reviví los peores y mejores momentos de mi vida, como también las peores y mejores cosas de mi persona, mis derrotas y mis triunfos. ¿Podía ser esto un sueño cuando el inconciente suele hablarnos en forma desordenada?
Esa mañana me levante diferente, había tenido que vivir una experiencia fuera de mi cuerpo para ver que tenía que dejar de ser victima frente a los sucesos de mi vida, y sonreír. Porque cada uno de ellos me había permitido dar el próximo paso, porque al perder todo me di cuenta que mientras menos tenía menos necesitaba. Y por que si mi vida no me hubiera encerrado en ese cuarto a dar frente a mis problemas hubiera seguido caminando, cada vez más cargada, con menos energías, hasta finalmente, llevar a cabo, justamente, por motus propio, uno de mis peores miedos. A veces caminamos hacia eso que más evitamos..
Mía.. Aún transcurriendo el sueño de las cuatro paredes.